Dibu Martínez es es guardián. El que le cuida las espaldas a todos. A un Messi, Álvarez, Fernández, MacAllister y compañía.
El portero, clave en la trayectoria mundialista de Argentina en Qatar, sigue la terapia de un psicólogo británico especialista en la gestión emocional ante grandes multitudes.
En el túnel, donde los futbolistas escuchan con el gesto circunspecto el griterío de su gente aun sin verla, Messi se coloca al frente de todos los jugadores de Argentina.
Nadie discute eso. No se le trata como a un compañero más, sino como a un dios viviente al que hay que acompañar. Y, justo detrás, asoma la imponente figura del único que va vestido diferente, Emiliano Martínez, el portero.
«Miren afuera muchachos, miren afuera, eh. Todo el partido van a estar cagados estos. Todo el partido. Nosotros siempre hablamos adentro de la cancha, nunca afuera».
El guardameta, en constante lucha con sus emociones, arengaba así al equipo ante el ya histórico partido frente a Países Bajos.
Messi lo mira de reojo. Se siente seguro con el Dibu allí. Porque sus pies, su cabeza, incluso su recién estrenado arrebato maradoniano pueden acercarle a la Copa del Mundo.
Pero no las manos. Ahí hacen falta las de un dios que ya no está. Pero sí están las del Dibu, que sigue detrás suyo. Hablando. Y, después, parando.
Argentina juega este martes en Lusail las semifinales del Mundial frente a Croacia.
Pero no hace tanto, el pasado 22 de noviembre, a la albiceleste se la dio por muerta porque Arabia Saudí la derribó (1-2) en el estreno qatarí. Las redes se llenaron de insultos al portero.
«No tapa ni las ollas de la casa. Hay que ser muy malo». «Hablador pecho frío, mira cómo te comieron los de Arabia». «Muy valiente con la boca, pero con las manos sos horrible, portero de mierda».
Y, en este fútbol donde los vídeos facilitan tanto el recuerdo como el escarnio, hubo quien recordó la última semifinal de la Copa América, antes de que Argentina se proclamara campeona ante Brasil en Maracaná.
En el duelo frente a Colombia, el Dibu, al que llaman así por su presunto parecido a un personaje de una serie familiar de los 90, paró tres penaltis en la tanda.
El más famoso fue el que le negó a Yerry Mina, quien acostumbraba a bailar frente a los porteros cuando marcaba. «Te veo nervioso. Te estás riendo, pero te veo nervioso, eh. Mirá que te como, hermano. Mirá que te como».
Entre la derrota argentina frente a Arabia y el sufrido triunfo contra México, la albiceleste multiplicó su estado de nerviosismo.
«Sufrí mucho esos tres días. Que me patearan dos veces y me marcaran dos goles es difícil de tragar. Hablé mucho con mi psicólogo», confesó tras el triunfo frente a los mexicanos, en un partido en el que él mismo admitió que estuvo a punto de echarse a llorar.
Y el Dibu, que hizo una parada decisiva al australiano Kuol en octavos, y que detuvo penaltis a Van Dijk y Berghuis en cuartos, ya había puesto sobre la pista a quienes quisieron escucharlo.
No dijo su nombre, pero el portero se refería a la ayuda individual que lleva cuatro años prestándole el psicólogo británico David Priestley.
Criado en Bradford, tras acabar sus estudios de psicología, concluir un doctorado (La vida de un deportista y cómo apoyarlo), explorar las emociones de los jugadores de críquet, trabajar en el puerto de Chelsea recogiendo maletas y ser rechazado por 13 de los 14 clubes a los que les expuso su ideario, acabó siendo contratado por el equipo londinense de rugby de los Saracens.
Allí ejerció como jefe de psicología y desarrollo personal, y procuró que los jugadores aprendieran a gestionar adversidades.
Unos días los llevaba a visitar trincheras de la Primera Guerra Mundial, otro a cantar góspel con sin techo, y al siguiente escuchaban una charla sobre expediciones a la Antártida.
El Dibu, que no llegó a jugar profesionalmente en Argentina y que antes de asentarse por fin en el Aston Villa vivió un largo periplo fuera de foco en la segunda división del fútbol inglés, conoció a Priestley en el Arsenal, adonde llegó para dirigir el departamento de psicología (2014-2020).
«Rápidamente se hizo impopular entre algunos en el campo de entrenamientos. Colocaba carteles que decían: ‘Ganar juntos, la unión hace la fuerza’», escribe John Cross en su libro sobre el ex entrenador Arsène Wenger.
El método de Priestly está trufado de frases motivacionales que él mismo expone cuando ofrece sus servicios.
Siempre con la promesa de la «discreción»: «Te proporcionaré el apoyo discreto que valoras, en los momentos y situaciones en que lo necesites.
Imagina tus posibilidades, imagina tu libertad mental, imagina tu futuro diferente (…).
Ayudo a quienes actúan ante millones de personas (…) para aumentar su capacidad para gestionar tus emociones. Cuanto más alto llegues, estés donde estés, estés con quien estés, y hagas lo que hagas».
«Me prepara para cada partido. Mi cabeza está más centrada que nunca, gane o pierda», dice el Dibu, que habla varias veces por semana con su psicólogo.
Éste tiene como norma autoimpuesta no pisar el campo de juego, territorio donde el portero de Argentina se crece. Messi le abraza. Sabe bien por qué.
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