Miles de seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro culminaron este domingo el asalto a las instituciones de poder de Brasil.
Un golpe que acabó con la invasión de la sede del Congreso Nacional, la del palacio presidencial y la sede del Tribunal Supremo Federal.
Los manifestantes radicales, ataviados con camisetas y banderas de Brasil, pidieron una intervención militar y la deposición de Luiz Inácio Lula da Silva.
Las fuerzas de seguridad lograron recuperar el control de las sedes tras horas de actuación en todos los edificios, que sufrieron importantes destrozos.
Hay, al menos, 46 heridos, seis graves y dos intervenidos de urgencia, según el Hospital de Brasilia.
Además un centenares de detenidos, en un primer balance ofrecido por el ministro de Justicia brasileño, Flávio Dino y el gobernador del Distrito Federal de Brasilia, Ibaneis Rocha, que ha elevado la cifra a «más de 400».
Bolsonaro niega estar detrás de todo
Bolsonaro negó su responsabilidad en el asalto a las instituciones en Brasilia por parte de sus simpatizantes.
Más de siete horas después del ataque a los edificios públicos, aseguró que durante su mandato «siempre» ha cumplido con la Constitución, «respetando y defendiendo las leyes, la democracia, la transparencia y la sagrada libertad».
«Además, repudio las acusaciones, sin pruebas, que me atribuyó el actual jefe del Ejecutivo de Brasil (Luiz Inácio Lula da Silva)», escribió el exmandatario en una serie de mensajes publicados en su perfil de la red social Twitter.
El exmandatario brasileño, un admirador de Trump, se encuentra actualmente en Orlando, Estados Unidos, adonde viajó dos días antes de la investidura de Lula sin billete de vuelta.
Bolsonaro comparó los hechos acontecidos este domingo, que calificó de «depredaciones e invasiones» con las manifestaciones convocadas por la izquierda».
Aseguró que «escapan la regla», ya que «las manifestaciones pacíficas, en forma de ley, son parte de la democracia».
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