Las olas de calor suponen una crisis hídrica cada vez más extensa y virulenta. Repensar los mecanismos de gestión de este recurso resulta una tarea ineludible
Dejamos atrás al 2022, un año que ha sido particularmente complejo y ha estado lleno de desafíos desde múltiples perspectivas.
Entre esos retos se incluye el hídrico y el medioambiental, por eso nos adentraremos en el que, por muchas razones, será el año del agua.
En Honduras se ha traducido como el tercer año hidrológico más seco desde que se tienen registros fiables.
En contraste, estos últimos días estamos viviendo una serie de lluvias esporádicas, especialmente en noviembre y diciembre.
La reserva hídrica de nuestro país se encuentra en un promedio de 70% en todo el país, pero este almacenamiento será menos en los meses más calurosos.
Esta sucesión de sequía y fenómenos meteorológicos extremos es una de las consecuencias más claras del cambio climático, que sigue avanzando imparable.
Tal y como quedó patente en el XV Foro de la Economía del Agua, la emergencia climática supone una crisis hídrica, que tiene una clara vertiente social: las dificultades de acceso a agua potable en cantidad y calidad suficientes conllevan importantes efectos sobre la salud y la situación económica de las personas.
La importancia y la gravedad de esta crisis hídrica es lo que ha impulsado a que las instituciones internacionales consideren que el 2023 debe convertirse en el año del agua, el momento en que este recurso se coloque por fin en primera línea de la agenda política.
Así, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha convocado en Nueva York, del 22 al 24 de marzo de 2023, la Conferencia por el Agua, que analizará en profundidad la aplicación de los objetivos del Decenio Internacional para la Acción del agua para el desarrollo sostenible, cuando se cumple la mitad de su periodo de vigencia.
Un 2022 lleno de aprendizajes
El año que nos deja ha venido marcado por dos grandes crisis: la climática y la energética, ambas interrelacionadas entre sí. La guerra de Ucrania ha agravado una problemática energética que, más allá de cuestiones coyunturales, va a permanecer en el tiempo, con la escasez de agua como uno de sus componentes clave.
En 2022, la grave sequía que hemos vivido ha traído consigo un descenso de la producción de energía hidráulica, con dos consecuencias fundamentales: un incremento de los precios de la electricidad y del uso de fuentes de energía de origen fósil, lo que a su vez empeora la situación medioambiental en un círculo vicioso que es imprescindible romper.
En este contexto, apostar por las energías renovables es fundamental para impulsar las centrales hidroeléctricas reversibles. Además, las renovables son, al mismo tiempo, un elemento de gran utilidad para incrementar la sostenibilidad de algunas soluciones ligadas al agua como la desalación.
Por lo que respecta a la crisis hídrica, el 2022 nos ha aportado la certeza de una realidad muy preocupante: la sequía y la escasez de agua se han convertido en una cuestión estructural que ya no puede abordarse con medidas de emergencia.
El cambio climático está agravando una problemática que en muchos países, como Honduras, no nos resulta nueva, pero para la que en el momento actual se hace imprescindible la puesta en marcha de soluciones a largo plazo.
En esta línea se enmarca la recién creada Alianza Internacional por la Resiliencia ante la Sequía, en el marco de la COP27, a la que se han adherido 30 países y una veintena de organizaciones, y cuyo objetivo es acelerar la acción y ayudar a los países a estar mejor preparados para futuras sequías.
Bienvenido, 2023. Esperamos que este nuevo año se convierta de verdad en el año del agua, que marque un antes y un después en el cuidado de este preciado recurso y sirva para apuntalar su futuro, que es en realidad el de todo el planeta.
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