El sueño del sur en la moneda única de Latinoamérica enfrenta a crisis antes de nacer por la diferencia de criterios entre países.
«Si Dios quiere, crearemos una moneda común para América Latina, porque no debemos depender del dólar», dijo el presidente brasileño, Lula da Silva, el año pasado, durante la campaña electoral que acabó llevándole al poder.
Era toda una declaración de intenciones, plasmada esta semana en la declaración conjunta entre su país y Argentina, que ha anunciado el inicio del proceso para la creación del sur, una divisa que una a los dos países, proyecto al que han invitado también al resto de naciones de América Latina.
«Es el primer paso de un largo camino», admitió el ministro de Economía argentino, Sergio Massa, consciente de la dificultad de un proceso que llevó 35 años completar en la Unión Europea.
El sur supondría, si se adhiriesen todos los países objetivo, el segundo bloque monetario del mundo, representando al 5% del PIB mundial, solo por detrás del euro, que representa al 14%, y superando a otras divisas como el Franco CFA, utilizado por varios países de África.
Un objetivo principal es evitar las fuertes subidas del dólar estadounidense sobre las divisas regionales que se producen cíclicamente y se traducen en aumentos del coste de vida por la alta dependencia de importaciones que se pagan, vengan de donde vengan, en la moneda del país norteamericano.
El anuncio, replicado en los medios de toda la región, ha sido recibido con escepticismo por numerosos analistas políticos y económicos. Todos coinciden en señalar que el proceso es extremadamente complicado en una zona de muchas desigualdades y políticamente inestable. Algunos incluso creen que es un disparate.
Una divisa que conviviría con las nacionales
Los beneficios de una unión monetaria los expone la propia Unión Europea en su página de internet.
El euro impulsa la competencia entre empresas, facilitando la comparación de precios y su estabilidad, da a las compañías seguridad, fomentando el ahorro y permitiendo establecer relaciones comerciales con el resto del mundo.
Ofrece, también, mayor estabilidad y eficiencia, integra mejor los mercados financieros, da mayor influencia en la economía mundial y es, al mismo tiempo, un signo tangible de la identidad europea.
«En cuanto a los contras, los países comienzan a ceder parte de su soberanía monetaria. Les cuesta o no pueden devaluar su moneda cuando se enfrentan a crisis internacionales, y no pueden tomar medidas de manera única y exclusiva, sino que se ven obligados a coordinar con otro, pudiendo llegar a ralentizar los procesos de toma de decisiones en materia de política fiscal y económica», recuerda Gabriel Orozco, experto colombiano en relaciones internacionales y docente de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla.
Por eso, a los analistas no les ha sorprendido que el anuncio haya ido acompañado de la aclaración de que ni Brasil ni Argentina están dispuestos a renunciar, al menos en un principio, a sus divisas locales y por ende a la gestión de su política monetaria.
Es decir, el sur sería una divisa utilizada, a priori, de forma exclusiva para el comercio internacional, algo que, según parte de los analistas, rompería de inicio la estabilidad que ofrece tener una moneda única.
«Tener divisas paralelas implicaría dificultades prácticas, como las institucionales, al tener que existir un banco nacional con independencia monetaria y un banco común, para la moneda compartida, con autoridad monetaria conjunta», considera Germán Machado, profesor de Economía en la colombiana Universidad de los Andes.
El aire a favor podría cambiar
Esa barrera de inicio muestra las grandes dudas en torno al proyecto, incluso de quienes lo han publicitado.
El anuncio ha sido hecho en un momento de gran convergencia ideológica entre los gobiernos izquierdistas del brasileño Lula y el argentino Alberto Fernández, que se replica, asimismo, en la práctica totalidad de América Latina, donde apenas un puñado de países mantienen gobiernos de centro derecha o derecha, todos ellos modestos en términos poblacionales.
Pero esa convergencia podría cambiar pronto, y además, en uno de los países clave del proyecto, Argentina. El Gobierno peronista tiene muy complicado ganar las elecciones de finales de 2023.
La práctica totalidad de las encuestas da una ventaja considerable al macrismo centro derechista, e incluso algunos sondeos ponen a la actual coalición oficialista más cerca del tercer lugar que de la cabeza.
Una posible derrota electoral peronista debilitaría el proyecto porque la interlocución no sería la misma.
«En estos momentos hablar de una unión monetaria parte, en gran medida, de que hay una coincidencia política de varios gobiernos, un movimiento de péndulo hacia esta nueva rosa que tiene nuevamente la región. Obviamente, el eje Brasil-Argentina quedaría roto si cambia el panorama político en ese último país. No habría esa sintonía ideológica para poder impulsar el sur», considera el analista Orozco.
Los anteriores proyectos de integración monetaria, de hecho, estuvieron también motivados por vínculos ideológicos, como el Sucre, propuesto por Hugo Chávez para los países miembros del Alba en 2009, que quedó en papel mojado cuando los gobiernos comenzaron a distanciarse de ese organismo e iniciaron los problemas en Venezuela, o el «Peso Real» que el argentino Mauricio Macri y el brasileño Jair Bolsonaro llegaron a proponer y que tanto el independiente Banco Central de Brasil como el peronismo, tras volver al poder, se encargaron de enterrar.
Crisis premonitoria del Mercosur
Parte de los problemas, de hecho, no son nuevos, y ya se replican en el Mercosur, organismo en el que se han producido fortísimas tensiones recientes por la decisión de Uruguay de negociar unilateralmente un tratado de libre comercio con China, algo que Argentina considera prohibido por el tratado de creación de la alianza de países.
Montevideo, por su parte, ha censurado las posturas proteccionistas de Argentina y ha reclamado con vehemencia una modernización y apertura de la alianza.
Si esas tensiones han tenido lugar en Mercosur, un pacto, a priori, más limitado que el proyectado con el sur, es de esperar que las negociaciones para crear la divisa única sean muy complicadas.
Por eso, conscientes de las dificultades, los precursores de la idea han recalcado que se trata de un proyecto muy a largo plazo.