Donald Trump ha sido imputado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos por 37 cargos penales relacionados con retención de información secreta, obstrucción a la justicia y falso testimonio por los documentos clasificados que se llevó ilegalmente de la Casa Blanca a su mansión de Mar-a-Lago, en Florida.
Unos documentos que guardó, según el acta de procesamiento, en las duchas, los aseos, su dormitorio, una oficina, el sótano, y hasta en el escenario de la banda de música del salón de baile de Mar-a-Lago.
El club de campo de Trump que, como afirma el documento, fue el escenario de más de 150 eventos, muchos de ellos en ese salón de baile, «en los que participaron decenas de miles de personas».
Trump también viajó con ellos a su otro club de campo, el de Bedminster, en el estado de New Jersey, cerca de Nueva York, donde suele pasar el verano para escapar del calor húmedo de Florida, y los mostró a sus allegados.
Su ayuda de cámara, Waltine Nauta, que fue el encargado de mover las docenas de cajas en las que estaban los cientos de documentos secretos también ha sido procesado, en su caso por mentir a las autoridades.
De acuerdo con el acta del procesamiento, lo que había en los «centenares de documentos clasificados» no eran exactamente las recetas de cocina de la Casa Blanca.
Trump se llevó, sin tener ningún tipo de autorización, «información relativa a la defensa y a la capacidad militar de Estados Unidos y de sus aliados; al programa nuclear de Estados Unidos; a posibles vulnerabilidades de Estados Unidos ante un ataque militar; y planes acerca de posibles acciones de represalia contra un ataque [a EEUU]», según reza el documento en su segunda página.
El ex presidente mostró en Bedminster al menos dos de esos documentos a terceras personas.
La primera vez fue en julio de 2021, cuando enseñó «un plan de ataque que había sido elaborado para él por el Departamento de Defensa y alto mando de las Fuerzas Armadas» siendo él presidente.
Uno o dos meses después mostró a otra persona otro mapa de una operación militar «considerada de alto secreto».
Grabación en audio
El primero de esos encuentros fue grabado en audio, con el conocimiento de Trump, dado que uno de los presentes estaba preparando un libro sobre su participación en el Gobierno del ex presidente.
En ambas ocasiones, Trump alardeó de que los documentos eran «alto secreto» e incluso dijo que «ahora no puedo desclasificarlos» [o sea, hacerlos públicos] lo que contradice de manera explícita su línea de defensa de que él, en calidad de ex presidente, puede decidir lo que es secreto y lo que no en el acto, sin tener que pedir autorización a nadie o ni tan siquiera tener que decirlo en voz alta. Su voluntad, según Trump, basta.
El documento de la Fiscalía raya la astracanada cuando describe cómo Trump ordenó guardar los documentos en una sala del sótano de Mar-a-Lago que está conectada a la piscina y situada junto a la lavandería, la bodega, y la sala donde se guardan las sábanas.
Leyendo eso, cabe pensar que, si todo el caso es un fracaso de los servicios de seguridad de EEUU, también lo es de sus rivales, porque países como China, Rusia o Irán nunca, aparentemente, se enteraron de que junto a la lavandería de Mar-a-Lago, en cajas de cartón, estaban cientos de documentos clasificados como alto secreto, a los que los ciudadanos no estadounidenses no podían tener acceso, y que en ocasiones contenían «información cuya divulgación podría causar un daño excepcionalmente grave a la seguridad nacional» de Estados Unidos.
En determinados momentos, la acusación parece estar describiendo una historieta de Mortadelo y Filemón, con los empleados de Mar-a-Lago intercambiando SMS desesperados porque no encontraban sitio para las decenas de cajas que se abrían y dejaban los documentos desparramados, como cuando uno hizo una foto de un papel cuyo acceso solo está permitido a los miembros de los cinco ojos, es decir, la alianza de espionaje formada por las cinco grandes potencias anglosajonas del mundo, EEUU, Canadá, Reino Unido, Australia, y Nueva Zelanda. También hay SMS de un miembro de la familia de Trump -que parece ser su esposa, Melania- a Nauta diciéndole que aunque el ex presidente quisiera meter las cajas en su avión privado – presumiblemente para llevarlas a Bedminster – «NO hay NADA de sitio en el avión».
Donald Trump sabe que la Justicia va por un lado y la política por otro. A veces las dos se cruzan.
Pero en otras ocasiones siguen caminos divergentes. Él es especialista en conseguir lo segundo. Y, a medida que sus problemas legales se agravan, su popularidad entre los votantes de su partido sube.
El ex presidente y aspirante republicano está citado ante un juzgado de Miami el martes a las 3 de la tarde, hora local (1 de la tarde de Honduras), cuando presumiblemente le serán leídos los cargos en su contra.